Ecología de encuentros : la lógica del compostaje como respuesta educativa al colapso ambiental
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2024Publicado en:
Teoría de la educación : revista interuniversitaria. 2024, v. 33, n. 2, julio-diciembre ; p. 43-58Resumen:
Se analiza la interconexión de las relaciones humanas, no humanas y ambientales dentro del discurso poshumanista en mitad de la crisis ecológica. Se rememora el despertar ambiental de los años setenta debido a la crisis energética, la contaminación química y el incipiente campo de los estudios ambientales, creando un telón de fondo para explorar cómo la educación puede abordar los retos ecológicos, ambientales y climáticos. Se compromete de forma crítica con el pensamiento poshumanista al mismo tiempo que aboga por cambiar de una relacionalidad centrada en el ser humano a otra más inclusiva que abarque lo no humano y el medioambiente. Siguiendo la línea de la noción de Donna Haraway de compostista frente a poshumanista, se aboga por una relacionalidad encarnada y enredada que responde a las exigencias de un mundo dañado, criticando las tradiciones humanistas por contribuir a las crisis ecológicas al dar prioridad a los humanos sobre otras formas de vida. Se propone una ecología del encuentro como marco educativo, y hace hincapié en el potencial generativo del encuentro que se extiende más allá de las interacciones humanas para incluir lo más que humano. Se sugiere que la educación puede cultivar la interconexión y la transformación mutua, desafiando los supuestos de separación y superioridad humanas. Se analizan perspectivas teóricas como el nuevo materialismo, la teoría del actor-red y los estudios críticos sobre animales y, para ello, defiende prácticas educativas que van en sintonía con las complejas y dinámicas relaciones vitales. Al comparar la educación con el compostaje, plantea que la educación es capaz de transformar, de forma que las nuevas subjetividades y relacionalidades pueden navegar por la ruptura ambiental. Se aboga por reimaginar la educación como respuesta a la crisis ecológica. Al adoptar una relacionalidad del compost que reconoce la interconexión de todas las formas de vida, sostiene que la educación es fundamental para fomentar las relaciones y los entendimientos vitales y abordar así los retos de la era poscambio climático, lo que requiere una reevaluación radical de la división humano-naturaleza y un compromiso con las prácticas educativas transformadoras.
Se analiza la interconexión de las relaciones humanas, no humanas y ambientales dentro del discurso poshumanista en mitad de la crisis ecológica. Se rememora el despertar ambiental de los años setenta debido a la crisis energética, la contaminación química y el incipiente campo de los estudios ambientales, creando un telón de fondo para explorar cómo la educación puede abordar los retos ecológicos, ambientales y climáticos. Se compromete de forma crítica con el pensamiento poshumanista al mismo tiempo que aboga por cambiar de una relacionalidad centrada en el ser humano a otra más inclusiva que abarque lo no humano y el medioambiente. Siguiendo la línea de la noción de Donna Haraway de compostista frente a poshumanista, se aboga por una relacionalidad encarnada y enredada que responde a las exigencias de un mundo dañado, criticando las tradiciones humanistas por contribuir a las crisis ecológicas al dar prioridad a los humanos sobre otras formas de vida. Se propone una ecología del encuentro como marco educativo, y hace hincapié en el potencial generativo del encuentro que se extiende más allá de las interacciones humanas para incluir lo más que humano. Se sugiere que la educación puede cultivar la interconexión y la transformación mutua, desafiando los supuestos de separación y superioridad humanas. Se analizan perspectivas teóricas como el nuevo materialismo, la teoría del actor-red y los estudios críticos sobre animales y, para ello, defiende prácticas educativas que van en sintonía con las complejas y dinámicas relaciones vitales. Al comparar la educación con el compostaje, plantea que la educación es capaz de transformar, de forma que las nuevas subjetividades y relacionalidades pueden navegar por la ruptura ambiental. Se aboga por reimaginar la educación como respuesta a la crisis ecológica. Al adoptar una relacionalidad del compost que reconoce la interconexión de todas las formas de vida, sostiene que la educación es fundamental para fomentar las relaciones y los entendimientos vitales y abordar así los retos de la era poscambio climático, lo que requiere una reevaluación radical de la división humano-naturaleza y un compromiso con las prácticas educativas transformadoras.
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