La vivencia de la soledad en la vejez : una mirada en tiempos de pandemia
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2021Publicado en:
Pedagogía social : revista interuniversitaria. 2021, n. 37 ; p. 9-16Resumen:
Recientemente surgió una pandemia mundial producida por el coronavirus. Hoy la Covid-19, mantiene en vilo a las personas de más de 60 años y a las que padecen enfermedades de base, es decir a las personas con sistemas inmunes que se han vuelto frágiles. Son un grupo vulnerable ante la enfermedad producida por el SARS-CoV-2 que presenta el peor pronóstico, por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento. La reducción o inactividad física y su implicación en problemas del sueño, el aumento de deterioro cognitivo por dejar de hacer actividades de estimulación cognitiva, la afectación del estado emocional o anímico o la falta de contacto con la red social afectan a la salud psicológica y emocional de muchas personas. Sin duda, la soledad, el síntoma silencioso del coronavirus, ha sido la situación más experimentada. La experiencia de soledad es una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de los recursos sociales adecuados para llevar a cabo las actividades que desee, particularmente las actividades que proporcionan integración social y las oportunidades para la intimidad emocional con otras personas. Es una situación dolorosa que aumenta el riesgo de sedentarismo, la enfermedad cardiovascular, la alimentación inadecuada y el riesgo de muerte. Así, puede tener importantes consecuencias negativas en el plano físico (aumenta la presión sistólica, eleva las alteraciones en el sistema inmunológico y empeora la nutrición, acentúa la obesidad, amplifica el declive motor, eleva las dificultades para dormir, ...), en el plano psicológico (predice síntomas depresivos, empeora el funcionamiento cognitivo y baja la autoestima, acrecienta problemas de salud mental, incrementa tasa de institucionalización, ...) y en el plano social. Los investigadores han puesto de manifiesto cómo el apoyo social es una variable relevante en el mantenimiento de la salud y en el decremento de las enfermedades entre la población mayor. El contacto con la familia, la existencia de grupos de referencia como los amigos, el vecindario u otros, disponer de salud y de recursos económicos suficientes, son los indicadores que sostienen una vejez suficientemente confortable. La soledad cuando se tienen redes sólidas de apoyo y se está implicada en el entorno, adquiere una significación que se relaciona con un valor positivo de independencia y autonomía a nivel físico y psíquico. Es importante desarrollar políticas transversales que favorezcan oportunidades de envejecer de manera activa promoviendo la autonomía e independencia de las personas a lo largo de toda la vida. Sin duda, parece necesario revisar un modelo de cuidados de las personas mayores que habrá de tomar como centro a la persona y no a la institución. Pero este cambio ha de formar parte de una estrategia de políticas públicas con una visión más amplia.
Recientemente surgió una pandemia mundial producida por el coronavirus. Hoy la Covid-19, mantiene en vilo a las personas de más de 60 años y a las que padecen enfermedades de base, es decir a las personas con sistemas inmunes que se han vuelto frágiles. Son un grupo vulnerable ante la enfermedad producida por el SARS-CoV-2 que presenta el peor pronóstico, por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento. La reducción o inactividad física y su implicación en problemas del sueño, el aumento de deterioro cognitivo por dejar de hacer actividades de estimulación cognitiva, la afectación del estado emocional o anímico o la falta de contacto con la red social afectan a la salud psicológica y emocional de muchas personas. Sin duda, la soledad, el síntoma silencioso del coronavirus, ha sido la situación más experimentada. La experiencia de soledad es una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de los recursos sociales adecuados para llevar a cabo las actividades que desee, particularmente las actividades que proporcionan integración social y las oportunidades para la intimidad emocional con otras personas. Es una situación dolorosa que aumenta el riesgo de sedentarismo, la enfermedad cardiovascular, la alimentación inadecuada y el riesgo de muerte. Así, puede tener importantes consecuencias negativas en el plano físico (aumenta la presión sistólica, eleva las alteraciones en el sistema inmunológico y empeora la nutrición, acentúa la obesidad, amplifica el declive motor, eleva las dificultades para dormir, ...), en el plano psicológico (predice síntomas depresivos, empeora el funcionamiento cognitivo y baja la autoestima, acrecienta problemas de salud mental, incrementa tasa de institucionalización, ...) y en el plano social. Los investigadores han puesto de manifiesto cómo el apoyo social es una variable relevante en el mantenimiento de la salud y en el decremento de las enfermedades entre la población mayor. El contacto con la familia, la existencia de grupos de referencia como los amigos, el vecindario u otros, disponer de salud y de recursos económicos suficientes, son los indicadores que sostienen una vejez suficientemente confortable. La soledad cuando se tienen redes sólidas de apoyo y se está implicada en el entorno, adquiere una significación que se relaciona con un valor positivo de independencia y autonomía a nivel físico y psíquico. Es importante desarrollar políticas transversales que favorezcan oportunidades de envejecer de manera activa promoviendo la autonomía e independencia de las personas a lo largo de toda la vida. Sin duda, parece necesario revisar un modelo de cuidados de las personas mayores que habrá de tomar como centro a la persona y no a la institución. Pero este cambio ha de formar parte de una estrategia de políticas públicas con una visión más amplia.
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